Es algo que yo, conociéndome, sabía que pasaría.
No ha habido, de hecho un sólo día desde que llegué en el que mi mente no haya reproducido aquel momento a solas con mi prima, sentada en el sofá de su casa por primera vez, unas horas más tarde de que ella, y toda la familia de mi padre, se enteraran de que me venía a Cork.
Mi prima, la loca de mi prima, se sentó a mi lado, me miró gravemente, y escupió lo siguiente: "¿Vas a volver?".
Yo, ya desde entonces, sabía que mi respuesta, si dependiera sólo de mi, sería negativa. Ya ni me acuerdo de hace cuantos años decidí que mi país era Irlanda.
Pero nada es tan sencillo como eso.
No sé como está mi padre, porque siempre lo veo sentado y, en las conversaciones por Skype con mi familia, el tema se toca pero sin entrar en detalle. No sé si mi padre va a vivir más o menos de cinco años, y no sé cómo de rápidamente se va a convertir en alguien completamente dependiente.
No quiero tener que hacerme cargo de mi padre.
No quiero que mi madre tenga que hacerse cargo de mi padre (ni sola ni con ayuda de nadie).
No quiero que mi padre necesite que se hagan cargo de él.
No quiero volver a casa y aterrizar en una realidad tan horrible y tan encadenante, y no quiero quedarme fingiendo que no pasa nada, fingiendo que puedo quedarme, y sabiendo que no es cierto, sabiendo que mi ausencia tiene consecuencias allá donde falto.
Pero quiero quedarme, porque no pertenezco a mi casa ni a mi pueblo, porque quiero pertenecer a esto que estoy viviendo y quiero ser libre...
y no puedo seguir escribiendo esto porque no es buena idea llorar sobre un ordenador portatil.
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